Malos tiempos para el porrón.

Gasteiz años 80: los poros de la ciudad sudaban cambios políticos, sociales y culturales. Un vendaval de aire fresco arrinconaba a curas, monjas y militares. Sotanas y uniformes militares empezaban a no ser bien vistos por muchos jóvenes y no tan jóvenes de aquella década. Las calles del Casco Viejo hervían: inquietud, transgresión, tensión, creatividad, irreverencia, porras, porros… Entonces las redes sociales eran las calles y bares donde se empezaba a oir rock&roll. Se pasó del txistu a la telecaster ¹ , del kaiku a la txupa de cuero. En aquellos años del Plan Zen, de rabia sin contener, aparecían fanzines, se organizaban las procesiones ateas al grito de “yo soy ateo y poteo”, se creaba la radio libre Hala Bedi y la Banda Municipal de Ska, se ocupaba una propiedad del Obispado para convertirlo en Gaztetxe. En los giradiscos de los garitos arrasaban los primeros vinilos de grupos locales como Hertzainak, La Polla Record, Cicatriz, Potato… En aquellos días anárquicos de correrías por la Zapa, la Kutxi y la Pinto, de noches de radio donde Pablo Cabeza se colaba en mi casa con“Alguien te está escuchando”. En aquella capital dinamitada, muchos días de primavera y verano nos sentábamos al sol en los adoquines de la Plaza del Matxete tomando sin prisa porrones de cerveza fresca que sacábamos del “Txato”, mítica tasca mencionada en la canción de Hertzainak “Salda badago”. Comíamos tortilla de patata en el Loretxu de la calle San Antonio, pintxos en el Jatorki, y hamburguesas en el minúsculo Arán de la Pinto. Cuando queríamos más quietud, nos sentábamos alrededor de las mesas de madera del kiosko del Polvorín en el barrio de Judimendi, y caían unos porrones de cerveza con gaseosa para aliviar la sequedad que nos producían los petas. Recuerdo con nitidez los que sacaban en el Bar Rosi, de la calle Herrería esquina con el Cantón de la Soledad, que los días de buen tiempo, contradiciendo a su propio nombre, llenábamos a rebosar cuadrillas de jóvenes sentados en el suelo, apurando porrones de vino y cerveza. Aquellos intensos años, de estirar mucho la cuerda pasaron factura, fueron muchas personas a las que se llevó por delante la puta heroína, la ignorancia, y el sida, una de ellas muy querida para mi: un porrón en tu honor y tu memoria Esther.
Juraría haber visto de crío en el Felipe de la Cuesta del Resbaladero a clientes sentados en las mesas con la merienda que llevaban de casa, echando tragos en porrones de vino pequeños, aunque ya se sabe que el tiempo distorsiona la memoria. O los que despachaban al comienzo de la Herrería en el Ballarín, negocio hostelero que camina firme hacía el centenario.
Según cuentan los cronistas de lo antiguo, en el paradero de La Antonia, en la antigua N1 a su paso por Gasteiz, la famosa guisandera sacaba de la cocina tortillas de patatas, caracoles, bocadillos y demás condumios que los parroquianos liquidaban con tragos largos de vino en porrón. Seguro que los más veteranos gasteiztarras recordarán con nostalgia aquel lugar.
Otro lugar histórico y popular en el que daban buena cuenta de porrones y txikitos era El Clarete. En el local abierto en 1927, Nicolás rellenaba porrones de Rioja a granel para sus sedientos clientes. La taberna era frecuentada a mediados de los 40 por la cuadrilla de blusas “Los de Gasteiz” que entre cazuelitas y tragos de vino a chorro, a buen seguro, compusieron una canción ensalzando la calidad de lo que allí se servía.
Un consejo, caballeros
los de Gazteiz van a dar:
si queréis beber buen vino
pídanselo a Nicolás.
Preguntad por el Clarete
entrad al bar y veréis
cómo es digno de alabanza
todo lo que allí bebéis.
Y sin más nos despedimos
en honor de Celedón
y nos vamos al Clarete
a tomarnos un porrón.

El local sigue abierto. Ya no sirven porrones de vino a granel, no. Ahora Patxi Fernández de Retana mima una bodega acristalada con vistas a un cálido comedor con más de un centenar de referencias de vinos, eso si, bien embotellados, etiquetados y elegidos. Su hermano Unai, al mando de los fogones, me ha hecho disfrutar mucho las veces que me he sentado en una de las mesas del acogedor comedor. Fijadas en mi memoria la crema de foie, el cochinillo confitado, el chocolate con aceite de oliva…
En la actualidad quedan muy pocas tascas donde se despachen porrones. Poco a poco han ido desapareciendo de barras y mesas. Ahora son reductos donde acude gente mayor, lugares proletarios a rabiar, situados en barrios obreros envejecidos, sin ningún glamour, no frecuentados por foodies, ni gourmands, ni gourmets, ni turistas despistados, ni críticos gastronómicos (una foto de la gente del Gaona acompañados por David de Jorge, es el única huella que he visto). No suele haber música, a lo sumo la banda sonora de cualquier canal de televisión. Buenos sitios para conversar, donde no ocultan lo que ofrecen; a la vista panderetas abiertas de sardinas, atún, anchoas, embutidos colgados del techo, latas de alegrías riojanas, garrafas a granel…
Joselito, Carrasco, Maldonado, en estas tascas puede que sean nombres y apellidos de clientes, más relacionados con actividades fabriles que con el selecto mundo del ibérico bellotero. En muchos se habrán cantado más de 5 jotas. Olvídate de buscar en Tripadvisor.
Lugares poco atractivos, me han dicho alguna vez, yo disiento, la belleza se puede esconder entre paredes desconchadas, mesas y sillas envejecidas, garrafas de cazalla, posters del Alavés o un cartel que anuncia en la fachada “almuerzos y meriendas”.
En las mesas se ven personas generalmente mayores comiendo en silencio y soledad o simplemente con su porrón pequeño individual pasando la vida entre trago y trago. Esta estampa se contradice con la idea que tengo del porrón, que para mi siempre ha sido algo para compartir, para disfrutar en compañía. Paisaje humano que desaparecerá, en algunos casos, con la jubilación de propietarios y la inevitable muerte de los actuales parroquianos. Espero equivocarme.
Mis preferidos y los que más he frecuentado en Gasteiz son la Bodega Los Picapiedra, con su especialidad de la casa a la que llaman con socarronería “plato de marisco”, un combinado de sardinas, atún, chicharrones, anchoas, alegrías y cebolla. Sirven también cazuelitas, bocadillos, huevos con…
La Bodega Rubio se encuentra en otro de los barrios venido a menos: Coronación. No ha cambiado casi nada en 35 años, a no ser de propietarios. Carta plastificada con las típicas raciones de sardinas, atún, anchoas, chorizo, jamón, espárragos y puerros vinagreta, pimientos rellenos etc. y bocadillos que se eligen por tamaño 5,10,15,20,25 o 30 cm; las medidas están impresas en un lateral de la propia carta, para que no haya confusión posible. Viejas sillas pintadas con frutas por las que más de algún hipster pujaría en alguna subasta. Porrones de decoración enmarcados en barricas.
Muy cerca está desde el año 1957 la Bodega San Vicente en la calle Simón de Anda. De las pocas tabernas donde todavía se puede ver a los parroquianos almorzando con lo que llevan de casa.
En el Barrio de Zaramaga, medio escondida se encuentra la Bodega Ausejo. Unas cuantas veces he entrado a media mañana a comer un pintxo de atún en escabeche. Espartano en decoración, Ikea les suena de ver el anuncio de la República Independiente, si eso. Gente de barrio, currelas con buzos de trabajo, y algún jubilado, son los clientes que he visto a esas horas del día.
Otras tascas donde también sirven cerveza pero sobre todo rioja de año son: Bar Amapola en Reyes de Navarra, el bar Gaona un clásico en las inmediaciones del barrio de Zaramaga o la Bodega Gasteiz en la calle José Mardones.
Según he leído, en el restaurante de los hermanos Santxotena The Bost, lugar de moda en Gasteiz en el que cuesta reservar mesa, sirven porrones de cava. He estado comiendo tres veces y nunca he visto a ningún comensal empinar el codo. Tendrá sus adeptos, no lo dudo.
En mi último paseo por el barrio madrileño de Malasaña, descubrí una moderna tasca de bocatas con el sugerente nombre de “El Porrón Canalla”, según parece regentado por Juanjo López, responsable del conocido restaurante “La tasquita de enfrente”. Esa vez no entré, seguro que la curiosidad guiará mis pasos hasta ese lugar en la próxima escapada.

 

¹ “Del txistu a la telecaster fue una expresión utilizada en cierta ocasión por Natxo, cantante de Cicatriz, y que da idea de la transformación producida en la sociedad vasca -tan tradicional en sus tradiciones- cuando muchos jóvenes cambiaron el txistu y el kaiku por la chupa de cuero y la guitarra eléctrica”. Del txistu a la telecaster. Crónica del Rock Vasco. Elena Lopez Aguirre, 1996. Ediciones Aianai.

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