Me levanté un día de abril en plena pandemia, me puse el pantalón de pana y miré en el panel la lista de la compra donde aparecían subrayados panko y panceta. En la cocina desayunaba mi hija en pantuflas mientras leía un panfleto sobre el coronavirus. Pánico tiene a infectarse. Puse la radio donde un cocinero argentino explicaba que el panchito es un panecillo blando y alargado con una salchicha en su interior, “perfecto para llenar la panza”, decía. Ojeé un periódico atrasado; un afamado columnista hacía un panegírico de los esforzados sanitarios, a los que tildaba de héroes en los extraños días que vivimos; en otra página Sánchez había destapado la caja de pandora por las medidas de los últimos días y el caos logístico de la sanidad; leí con tristeza que había fallecido Albert Uderzo, creador de los personajes de cómic Axtérix, Obélix y el druida Panoramix. Con ese mismo periódico encendí el horno de leña y me dispuse a meter la masa de pan que tenía ya fermentada, no sin antes oír algún comentario sobre la enfermiza costumbre que estaba adquiriendo. Panoli, que no panarra, me llaman en casa. En aquel momento recordé a Burroughs: ¿Has visto a Rosa Pantopón?