Isidorus baja de la habitación del hotel a las 12.00 con una idea clara. Comprar unos quesos. Plaza de toros, lo primero que ve tras cruzar el umbral de la puerta del Ibis. Sube unos metros por la calle Alcalá hasta la parada del 21. Media sonrisa se dibuja en su cara al pasar por el bar Los Timbales y recordar los nombres de las tabernas que vio en el paseo de la noche anterior: La Tienta, los Clarines, Bocata y Olé, Puerta Grande, la mayoría decorados con motivos taurinos de dudoso gusto, ganchos para el turismo, piensa Isidorus… El bus atraviesa la Plaza de Manuel Becerra, al llegar al Corte Inglés gira a la derecha y enfila Goya. Escucha la banda sonora del autobús, ruido de tráfico mezclado con conversaciones banales. La pareja de jóvenes que viaja a su lado se besa sin ningún pudor. Gente abrigada. El bus atraviesa Colón, sube por Génova, pasa por la casa grande donde pagan las reformas en B. En Alonso Martínez Isidorus decide bajarse y callejear. No tiene prisa, se acerca hasta la calle de Fuencarral sumido en sus pensamientos. Le gusta Madrid, le gustan esos esporádicos chutes de CO2, le gusta el anonimato del foro, le gustan los restaurantes de fusión asiática. Atraviesa la Plaza del 2 de Mayo, recuerda las gyozas de gambas y sobre todo el dok boki que le dejo la boca caliente, muy caliente, la sopa ramen con un trozo de panceta acojonante o el pan taiwanes relleno de cerdo que cenó la noche anterior en el Chuka Ramen Bar. Se siente a gusto callejeando por Malasaña aunque como diría su amigo Warden “like a fish out of water”. Le abruman un poco esas palabras vistas y oídas la noche anterior cool, casual, vintage, pisco sours, must, the nest best thingh…. Dobla la esquina de la calle Monserrat con Conde Duque y ve de lejos la fachada de su destino. #cheesestorming lee en el vinilo del cristal. Hay bastante gente en el interior, Isidorus no tiene prisa, se toma su tiempo para entrar. Abre la puerta, un intenso olor a queso invade el lugar. Espera su turno. Se alegra al ver que varios clientes se llevan cuñas de su vecina Eli Gorrotxategi, intenta abarcar todos los quesos con la mirada, una dependienta le da a probar un Bucarito azul de cabra Roteño, le gusta. Llega su turno, le dan a probar uno al que llaman Torrejón con la corteza recubierta de ceniza de Cantagrullas. Pregunta por los de Ramón Lizeaga, solo tienen el urdina que ya ha probado, una pena que no haya más…, le ofrecen un trocito de un madurado de pasta blanda Cantagrullas, le gusta y se lo lleva. Una gozada esta Quesería Conde Duque, piensa mientras se despide y sale.
Con su queso debajo del brazo da dos pasos y hace cola en Panic, se acuerda de la definición del Comidista: la antiboutique del pan. Cambia el olor de la leche fermentada por el de harinas también fermentadas y pan recién hecho, elige uno de semillas. Son compras sencillas que seguro que merecen la pena, piensa. No ha dado ni cinco pasos, ¿por qué no untar las pasta cremosa del queso en el pan recién comprado? Entra en el bar más cercano, pide una caña, un cuchillo y permiso para hacer un bocadillo. Sin problemas, le contesta el tabernero. Bebe la caña, parte unas rebanadas de pan y unta la pasta blanda del Cantagrullas ante la mirada sorprendida de algún parroquiano. Termina la cerveza, se come la correspondiente tapa y sale del bar. Busca un banco en la Plaza Comendadoras y se dispone a dar cuenta del bocadillo. En ese momento se vuelve hacia mí y me dice: ¿pero qué cojones haces contando esto en tercera persona?