Lo que ví.
Tierras secas, áridas y estériles dónde los majoreros se esfuerzan y con imaginación sacan agua de donde no hay. Playas de finas arenas blancas pero también de arenas negras volcánicas. Un mar vivo: el atlántico. Poblaciones con nombres cantarines como Giniginamar, Tarajalejo, Gran Tarajal, Tamaretilla, Tuineje, Tiscamanita, Guisguey, Tindaya. Molinos para aprovechar el viento norte dominante en la isla. Grandes extensiones de rocas volcánicas a los que los lugareños llaman “Malpaís”. Montes pelados con caprichosas formas. Cabras majoreras con tremendas ubres. Pescar anchoas o boquerones en el malecón de Puerto Rosario, a escasos 50 metros del paseo. Puertos pesqueros con pequeñas embarcaciones, -cosa que me extraño en una isla con más de 300 kilómetros de costa-. Bares y restaurantes para turistas en Corralejo. Surfistas aprovechando los vientos y el mar vivo en El Cotillo. Dunas desérticas en Corralejo…
Lo que sentí
El viento norte en la cara. La hospitalidad de Alayn y Eli, que nos acogieron en su casa de Puerto Rosario, haciendo que nos sintiéramos como en la nuestra. El relajo de la sobremesa en casa de Giacomo con Alayn, Eli, Ane y Uxue, rodeados de plantas de aloe vera donde comimos aquella sama africana que destrocé en la parrilla. Las yemas de los dedos quemadas en la barbacoa de Gran Tarajal. Inseguridad al conducir por primera vez un coche automático. La amabilidad de Francisco Cabrera Oramas, molinero de La Asomada, quién perdió un rato de su tiempo para explicarnos el funcionamiento de la molina, donde produce su gofio artesano. La tranquilidad de los paseos al amanecer por Puerto Rosario. El agobio que me producen los “ganchos” de algunos restaurantes en las zonas más turísticas de la isla. La generosidad de la familia de la quesería artesana “La casita de Vallebrón”, donde además de explicarnos como hacían los quesos majoreros, nos regalaron huevos de pava.
Lo que probé.
Sargo rayado, pulpo con mojo verde, ensalada de la casa, queso majorero frito con mermelada de tomate, en el restaurante “La vaca azul” en El Cotillo al norte de la isla. Sama africana y vieja, un pez que habita en los fondos rocosos de arena y piedra en las costas de la isla. Morena frita y bocinegro (creo que es pargo) en Ajuí, en un restaurante para turistas que mejor ni mencionar. Papas arrugadas hasta la saciedad con sus mojos verdes y rojos. Gofio con leche y también mezclado con caldo de pescado en una especie de puré para acompañar los pescados. Raciones abundantes de cabrito frito y carne de cabra adulta guisada, ensalada de tomate y queso tierno majorero en el restaurante “Los Pinchitos” de Lajares. Los txupitos de ron-miel a los que Eli añadía un chorrito de lima exprimida con jengibre para darle un poco de acidez. Quesos artesanos de cabra elaborados por “La casita de Vallebrón”, con pimentón, con pimienta, con albahaca, con orégano… riquísimos. La tortilla de camarones que Eli preparó con los que había cogido con Uxue. Los panes de espelta, de queso y de centeno comprados en una panadería alemana en Puerto Rosario y que zampabamos para desayunar…
Muchas gracias por tan detallado comentario de mi isla, no hay mejor publicidad que nuestra propia experiencia.GRACIAS.
Como parte implicada en los quesos de «La Casita de Vallebrón» agradezco también,,la gratuidad publicitaria y me siento orgullosa de ese trato que relatas y que tantas veces me han comentado gente tan sutil como tú. Y me siento orgullosa, no solo porque sale de mi familia, sino porque es una forma de ser propio de los pueblos, de la gente llana, sencilla,sensible, AUTÉNTICA, que por desgracia , ya, poco queda. MUCHAS GRACIAS.
Me alegra que tu visita a mi isla haya sido de tu agrado. Es un buen reportaje de ella!
Aquí la gente de bien, siempre es bienvenida!