Menestra de textos que he ido encontrando acerca de las aventuras, anécdotas y gustos culinarios del gran Oteiza. En este último mes he reencontrado al genial artista: visita a la exposición «Jorge Oteiza: Dibujos, estampas y palabras» en Arantzazu; volver a admirar la estatuaria de esos apóstoles con los cuerpos vacios de entrañas, casi huecos; mi primera visita al Museo-Fundación Jorge Oteiza en Alzuza…
Hay una anécdota que cuentan de Picasso. Un día se le acercó un admirador y le dijo que pese a disfrutar enormemente de su obra, tenía la sensación de no entenderla del todo. El maestro replicó con una pregunta: ¿A usted le gustan las ostras?. «¡Con delirio!», contestó el admirador, a lo que el pintor respondió ¿Y usted ha intentado alguna vez entender a una ostra?.
Oteiza no se si las entendía, pero seguro es que las devoraba. Conocía la gran afición del artista por las ostras y tirando de ese hilo, esto es lo que he encontrado:
(…) Jorge inició una vida de estudiante buscavidas, recurriendo a veces a las comidas gratuitas de cuarteles y conventos.(…) En cambio un estudiante sin dinero pasaba verdaderas miserias. Oteiza empleó su telento histriónico para hacerse pasar por médico argentino y enviar a los colegas más desnutridos a un hospicio de Yeserías para convalecientes sin recursos. Según contaba se recetó a sí mismo un régimen de comida caliente y cama limpia, pero la monja encargada se quejó de ese médico argentino desconocido que mandaba un flujo interminable de jóvenes famélicos, aunque sanos, que comían como limas y se marchaban dando las gracias; Jorge la tranquilizó con la primicia de que ese médico regresaba a su país y él iba a ser, seguramente el último que mandaba… (…) “Jorge Oteiza, hacedor de vacíos” Carlos Martínez Gorriarán.
(…)A lo largo de los años vividos en Madrid fueron muchas las penurias que Oteiza y alguno de sus amigos padecieron pretendiendo dedicarse exclusivamente al arte. “Yo he pasado grandes dificultades en Madrid y he visto pasar verdaderamente hambre a compañeros pintores y escultores”(…) Algunas veces funcionaba la picaresca, y Oteiza incluso fue protegido por una monja de Azpeitia que a la puerta de su convento, próximo a la glorieta de Bilbao, solía repartir comida a los pobres. De acuerdo con ella, Jorge entraba en cuanto se abría la puerta y se colocaba debajo de una escalera. Entonces aparecía su protectora, ayudada por un muchachito, llevando “un gran barreño humeante de caldo, garbanzos y carne de puchero. Me servía un gran plato, salía al portal, y al terminar la cola, comi nsiempre sobraba algo, yo aguardaba con mi plato vacío, me volvía a servir, y nos sonreíamos, mirándonos con afecto. Era mi única comida y así podía trabajar todo el día”.(…) Oteiza: la vida como experimento. Pilar Muñoa.
(…) Reunió un círculo de amigos con el que emprendía expediciones nocturnas a Biarritz, sobre todo para ver el cine de la Nouvelle Vague o las películas eróticas prohibidas en España, y darse a una de sus pasiones favoritas: devorar ostras y mariscos en cantidades pantagruélicas. (…) “Jorge Oteiza, hacedor de vacíos” Carlos Martínez Gorriarán.
(…) Si el rey bearnés Enrique IV concedió que “París bien vale una misa”, para Jorge una porrusalda de zapallo valía por tres, pues, a decir verdad, él era un hombre de mayor apetito que de fe religiosa. (…) Crónica errante y una miscelánea. Néstor Basterretxea.
(…) Cabe afirmar que las ostras constituían una verdadera pasión para el oriotarra. Según me contó, en vida de Oteiza, su amigo Néstor Basterretxea: “Otro de sus vicios, antiguo y suculento, son las ostras. No le cabe en la cabeza que a mí no me gusten. Cuando está de ostras, suele dedicarme una profunda mirada de desprecio, antes de abandonarse a la avidez de sorberlas en éxtasis, con los ojos cerrados, comentando como unas pequeñas y salitrosas olas le golpean suavemente el paladar…”y que sean cuatro docenas, embarazaditas y de Arcachón”. En una ocasión teníamos una merienda en la cabaña del arquitecto Vallet junto al faro de Hondarribia. Yo me había comprometido a llevar ostras, pero como no las encontré, tuve que sustituirlas por un molusco muy apreciado en Francia pero del que no recuerdo el nombre. A Jorge no debió de gustarle demasiado, el caso es que dijo que sabía a sobaco de sirena vieja. (…) Oteiza en Irún. 1957-1974. Luis de Uranzu Kultur Taldea. Jaime Rodríguez Salís.
(…) Habiendo superado el momento crítico del mediodía, y como si nuestras mentes y estómagos hubieran adivinado la aproximación de la hora de almorzar, la conversación toma tintes gastronómicos netos. Por si ello fuera poco, se nos une a la tertulia Joseba, propietario del restaurante “Zubi Ondo”, quien ha traído para Jorge una docena de ostras. A Oteiza se le iluminan los ojos ante el regalo. Joseba y Jorge comparten gustos y una pequeña biblioteca sita en el mismo restaurante, con libros sobre el artista y unas cuantas pequeñas esculturas estilizadas.
Están atornilladas. ¡Por si acaso!… Las ostras y en general el marisco me han gustado siempre. Ya sabeis… ¡Uno es de Orio! Me las traen de Holanda, y son de la máxima garantía… A mi edad hay que cuidar bien el estado de los alimentos. Fuí campeón de comer ostras en Chile y en Río de Janeiro. Y para acompañar a las ostras nada mejor que txakolí de Getaria. Getari, ezkutari!
En ese momento interviene Juan Garmendia Larrañaga, amigo desde hace muchos años de Jorge, subrayándole al artista su afición a la buena mesa… pero también al deporte. Y surgen una serie de anécdotas vividas conjuntamente en Alzuza y alrededores, a donde se desplazaban en el viejo 2CV de Oteiza. (…) Jorge Oteiza / Artista. He sabido vivir (Entrevista publicada en el número 1 de Euskonews). Josemari Vélez de Mendizabal.
(…) El escultor, desde Zarauz, sigue el transcurrir del mundo a través de los medios de comunicación y de sus lecturas. Repone fuerzas en sus salidas y sus excursiones que siempre terminan en una buena mesa. Si puede ser, marisco, hongos y cuajada. Después, café y ‘a respirar puro’. Y hablar. Con Antón Arbulu (alcalde de Zumárraga), con sus amigos los cantantes Imanol y Paco Ibáñez, con el escritor Manuel Vicent, con el fotógrafo Xabier Landa, con Zuriñe Adrada sobre su cendro pedagógico, con Ana Marín de su última exposición, con Sáenz de Oiza, con Mercedes Chivite sobre vino, etc, etc. Si Jorge Oteiza no puede comer fuera de casa, como un miércoles más, Joseba Gárate le llevará el marisco desde el restaurante Zubi-Ondo hasta su casa. El día 21 no podrá ser así, el establecimiento está cerrado por vacaciones(…) Diariodenavarra.es Textos: Paco Sanz. 18-09 -1998
(…)A la vuelta visitamos al gran Oteiza en Alzuza, cerca de Pamplona: allí vive, en el 14000 a.C., junto a su Icíar y sus estatuas que él coloca en encrucijadas (y que yo colocaría al fondo, a mi espalda, para retroapoyarme). Me impresiona su genio y vitalidad, sus ojos azul-profundo, su blanca barba y su cayado. Majísima pareja, inolvidable contacto. Me invita a mí, Rui, Ursua y Hornilla a una comida opípara con el mejor champan francés, exquisitas mollejas de cordero, patxarán excelente. Me regala una fotocopiadora, generoso.(…) Las claves simbólicas de nuestra cultura: matriarcalismo, patriarcalismo, fratriarcalismo. Andrés Ortiz-Osés.
(…) Oteiza era un espectáculo: si tenía público, se crecía aún más. Cuando alguien quería obsequiarle se repetía la ceremonia de la comida con ostras, mero o rodaballo y el trago final. Una vez, grandes directivos del entonces Grupo Correo le rindieron un pequeño homenaje privado. Oteiza protagonizó una memorable actuación en la que provocó, rió, habló de amistad, más “en Oteiza” que nunca… Lastima de grabadora.(…) 101 vascos y medio. Bestiario portátil. Mitxel Ezquiaga.
(…) La última vez que me llamó desde su casa de Zarautz, unos meses antes de morir, me preguntó dónde me encontraba. Cuando le contesté que estaba en mi casa, en Hendaya, me dijo:
-Prepara algo de cenar. ¡Voy nadando!
Para quien no lo sepa, entre Zarautz y Hendaya hay unos cuarenta kilómetros de costa, con olas que hacen naufragar al más avezado lubinero y alimentan percebes con su espuma.
Oteiza era un gran comilón, un sibarita enamorado de los pescados y mariscos. Si le confesabas que te gustaba la merluza, por ejemplo, empezaba a insultarte. Para él, la merluza era una sinsorgada, sin sabor, ni gracia, ni nada de nada. Un pescado muerto. Le gustaban los pescados sabrosos, los azules, el rodaballo asado en parrilla, los salmonetes…(…)
(…) Entramos en el restaurante acalorados, enzarzados en una discusión. Miraba al Ratón de Getaria y decía que el pueblo vasco es un desastre, un pueblo totalmente equivocado, tuerto y ciego, formado por gente que miraba aquella roca y veía en ella la forma de un ratón, cuando, en realidad, se trataba de una ballena varada que había decidido morir en nuestras costas. Que nadie se puede fiar de un pueblo que confunde una ballena con un ratón. Y así. Oteiza era, también, muy generoso: regalaba esculturas a los amigos y siempre pagaba él la comida o la cena. No había manera de impedírselo. Ni a cañonazos.
Al entrar preguntó, aún de pie en medio del restaurante, si tenían percebes frescos. Le dijeron que aquel día no había. Entonces desenvainó un florete que llevaba camuflado en el interior del bastón, lo blandió en el aire aterrorizando a cuanta camarera y comensal había en el lugar, y se puso a jurar en arameo.
– ¡Ya te decía que este pueblo es un desastre! ¿Cómo es posible que no haya percebes en Getaria?
Vino el dueño y casi lo mata allí mismo. Oteiza al dueño, quiero decir. Menos mal que ya lo conocían en aquella casa. «Don Jorge» le llamaban. Para calmarlo le dijeron que había nécoras, cigalas y ostras. ¡Ostras! La debilidad de Oteiza y un verdadero martirio para mí. Lo había intentado docenas de veces, pero nunca había conseguido tragar ni una sola. Me daba mucha pena perderme el gozo, pero eran demasiado para este paladar sensible. Oteiza pidió cuatro docenas para los dos.
Cuando las trajeron a la mesa, no tuve bemoles para confesarle que no podía con ellas. De confesárselo, me habría insultado y humillado, me habría clavado el florete, habría llamado a un taxi para irse y me habría dejado allí solo, abandonado, desangrándome y sin pedir una ambulancia. Me lo tenía bien merecido por no apreciar las ostras.
Empecé a comer una, disimulando la repugnancia inmensa, haciendo de tripas corazón. Seguí con otra y luego con una tercera. Así hasta las veinticuatro que me tocaban, pues Oteiza las había contado todas. Una a una. Temía que le robara alguna de las suyas.
Aquí estamos ahora, unos pocos años más tarde: anoche comí una docena de ostras con un placer inmenso. También le debo eso a Oteiza. Cada vez que me llevo una a la boca, me acuerdo de él y de aquel día.(…) (El texto es de Hasier Etxeberria.) Porca Memoria. David de Jorje y Hasier Etxeberria.
Al escultor Jorge Oteiza lo conocí en el restaurante Fermín Lasa del restaurante Mesón Egüés en Logroño. Recuerdo que era un gran gastrónomo y tenía las ideas muy claras sobre la cocina sencilla. En el inicio del libro de visitas de este restaurante, me hace el honor de dirigirse a esta casa como la «Gran Clínica en Restauraciones», refiriéndose, básicamente, a la materia prima poco elaborada ya que en aquella época se estilaba la nueva cocina que creó cierta confusión por su sofisticación y tenía partidarios y detractores. Recuerdo una conversación con él en la que me decía: «Fermín, sácame las alcachofas desnudas así apreciaré su auténtico sabor». Claro está que si no son pequeñas, frescas, con hojas, rabo y por docenas, no hay Dios que las saque desnudas. Solamente se puede exponer desnudo aquello que es perfecto, con mayor razón si nos lo hemos de comer. Jorge Oteiza fue una de las personas que me impresionaron en aquella época, y su criterio vale mucho a la hora de realizar mi trabajo. Fermín Lasa http://www.mesonegues.com/oteiza.htm
(…) Asimismo, Niebla aseguró que Oteiza «casi despreciaba a las personas a las que no les gustaban las ostras», al tiempo que explicó que «era capaz de beberse una botella de vino durante las comidas».(…) 22-09-2003. Diario de Navarra
(…) El comisario de la muestra, Antonio Niebla, asegura que el impetuoso genio creativo de Oteiza le ha convertido, si no en el mejor escultor contemporáneo, sí «en el que ha abierto más puertas a la escultura». Niebla, que mantuvo con Oteiza diversas entrevistas preparatorias de la muestra, le define como un personaje «temperamental, controvertido, polémico, contradictorio, irónico, pero también honesto y generoso». El comisario, que ha redactado un texto en el catálogo en el que aborda el lado humano del creador, recuerda, como ejemplo de su postrero vitalismo, que en una ocasión iniciaron ambos un almuerzo de trabajo en un restaurante a las dos del mediodía y que la animada sobremesa, con dos botellas de vino y una docena de ostras de por medio, se prolongó hasta las siete de la tarde. Durante este tiempo, Oteiza, a sus 93 años, compaginó un clarividente análisis de la realidad social con pullas a diestro y siniestro, con elogios a las nalgas de una camarera. «Él era así, vivió a sangre y fuego toda su vida», concluye.(…) El País. 3-07-2003.
(…) Esos que están aquí, ocultos por el mar y por la pesca, son los hombres que le daban sentido al esfuerzo de la costa, en ellos estaba la paz de la cosecha, imagino ahora esos viveros fresquísimos de Vigo o de París, o de Madrid incluso, veo los peces y los crustáceos, y cuando veo los crustáceos veo como los abre un escultor, Jorge Oteiza, levanta el bastón en medio del restaurante La Fuencisla, en la calle San Mateo de Madrid, levanta el bastón y da un viva, con un vino tinto de Rioja, un viva a los crustáceos, son los verdaderos escultores de la naturaleza del mar, mira qué vivos están los crustáceos, qué formas, Oteiza ha hecho todo el camino desde Pamplona para comer ese olor al mediodía, en algún momento dice, Mi vida por un fracaso, mientras abre otra botella de Rioja, pues allí están los crustáceos vivos, las mujeres los limpian del barro y de las rocas, y ya está aquí la paz, no hay más zozobra, el barco ha llegado a este lugar en el que finalmente nos dan un bocadillo de bonito que yo como con el el hambre que hay después del miedlo; desde este lugar, en el que ya el monte y el mar se jungtan, van unidos, miro otra vez esa charca de acero que se mueve, es el mar entrando en la tierra, y puedo tocar con las manos ambas cosechas, tú me miras volver, también estás tú en el barco.(…) Retrato de un hombre desnudo. Juan Cruz Ruiz.
Oteiza murió tranquilo, sumido en «un estado de ensoñación», a causa de una parada cardiorrespiratoria según relató su médico, Gabriel Zubillaga. El artista fue empeorando hasta que dejó de comer lo que le gustaba, como las ostras, el chocolate o el puré de lentejas. Antonio Oteiza, su hermano, reveló que incluso le confesó que estaba «acostado con la muerte». La capilla ardiente se instaló en el Palacio de la Música de Zarauz. Oteiza será enterrado en Alzuza (Navarra). Artículo “ El arte pierde a Jorge Oteiza, un renovador de la escultura” A. U. /R. F. SAN SEBASTIAN / BARCELONA A. U. /R. F. SAN SEBASTIAN / BARCELONA 10/04/2003.