Durante los años 84 y 85 trabajé en el nº35 de la Alameda Recalde. En un Bilbao muy diferente al actual, al que a veces me cuesta reconocer. En las últimas visitas a la ciudad una frase he repetido con asiduidad: “Quién me iba a decir a mí…”
Quién me iba a decir a mí que a la línea de cercanías que unía Plentzia con Bilbao y que usaba regularmente, ya que una temporada me tocó vivir en Gorliz, le iban a llamar Metro.
Quién me iba a decir a mí que iba a ver la Gran Vía prácticamente vacía de coches.
Quién me iba a decir a mí que en los escenarios donde vi las duras peleas entre policía y trabajadores de los Astilleros Euskalduna, construirían el Museo “continente más importante que contenido” Guggemheim y el Palacio de Congresos y de la Música del mismo nombre que los astilleros cerrados en el 85.
Quién me iba a decir a mí que llegaría el día de echar el cerrojazo a la catedral, además de ver publicidad en la camiseta del Athletic. Impensable en aquellos años.
Quién me iba a decir a mí que aquel viejo almacén de vino, sin ningún uso en aquellos años, se iba a convertir en la actual Alhóndiga, un importante centro de ocio y cultura proyectado por el afamado diseñador Philippe Starck.
Quién me iba a decir a mí que aquella ría de color oxido por donde navegó la gabarra durante dos años, iba a ser un espacio recuperado para la pesca.
Quién me iba a decir a mí que iba a ver grupos de turistas orientales con su guía correspondiente, admirando una interpretación de las Meninas en la ahora peatonal y antes ruidosa y transitada Calle Ercilla.
Y también quién me iba a decir a mí que pasados 29 años iba a poder seguir zampando esos falsos triángulos del bar Eme tocados por el misterio de su salsa secreta. O los bocadillos de bonito con anchoa o alegría y los porrones de clarete que daban y siguen dando a la vuelta de la esquina del Eme, en la bodeguilla de Licenciado Poza nº 3, una tasca de las que quedan pocas y que tan cerca me quedaban del nº 35 de la Alameda Recalde.
Me gusta este Bilbao moderno donde conviven perfectamente lo viejo y lo nuevo, aunque a veces me cuesta reconocerlo, pero también me gustaba aquel Bilbao sucio y duro que conocí; me gustaba tomarme unos culines en un bar cutre que tenía sidra asturiana, creo recordar que cerca de Erandio, y contemplar el paisaje de la jodida reconversión industrial de aquellos años; me gustaban las siete calles de entonces, las cañas en el Lamiak y las noches del Gaueko; me gustaba el “Bilbao es una puta de la que no podemos escapar” y “Bilbao, Mierda, Rock’n’Roll” de MCD y me gustaba el Bilbao del que hablaba Eskorbuto.
Irremediablemente, me estoy haciendo viejo.