Renteria a las 19:35, sábado, víspera de la Behobia-San Sebastián, unas cuántas plazas de parking han desaparecido debido a la celebración del evento. Esta vez tengo suerte y no doy muchas vueltas para aparcar como suele ser habitual. Dejamos los bártulos en casa de Marisol. Salimos a dar una vuelta y tomar unos potes. Será por ser de donde soy, por costumbre o yo que sé porqué pero me gusta el rioja joven. Lo pido en el primer bar y me sacan lo que no es, ya estoy acostumbrado y no digo nada, paciencia. Un paseo por el pueblo y segundo pote. Vuelvo a pedir lo mismo, insisto a la camarera con “un Rioja de año”. Si, si, me contesta e intenta ponerme lo que no es. Lo rechazo; pregunta al que parece el encargado de la barra y se mete en la cocina -si, en la cocina-, de donde sale con otra botella de lo que no es. Al final tengo que tomar un crianza Viña Salceda, por no terminar enzarzado en una discusión con el supuesto encargado, que por otra parte se hace el sueco enseguida. En el último local no es fácil entrar; mucha gente en torno a la barra a la que cuesta llegar, ya que han colocado por el camino unas mesas altas con sus respectivos taburetes. Es un un local nuevo que han levantado sobre las cenizas de un antiguo Gambrinus. El lugar me gusta a primera vista. Por fin acierto y me sacan un Artuke de año, que encima me encanta. Salimos pensando en volver al día siguiente.
Ya es domingo y Rentería desde primera hora de la mañana espera el paso de la Behobia, gente en las aceras esperando el paso de los corredores, llegan los primeros, aplausos y gritos de ánimo, van pasando discapacitados tumbados en esos espectaculares artilugios. ¡Que vienen los rollers!, oigo a mi derecha, y salvando los pasos elevados de peatones un grupo de patinadores desfila ante la gente con esa típica coreografía. Más gente en las aceras, más corredores y corredoras, más gritos y aplausos hasta convertirse en una constante que dura varias horas.
Gente muy mayor, otros empujando carritos de niños, caras de sufrimiento, olor a sudor, maillots chillones, corredores con minúsculas cámaras, algunos disfrazados, muchas senyeras y gente normal y corriente con ganas de disfrutar, siguen pasando ante gente entregada. Pasa Unai, pasa Lupo, pasan otros muchos que veo y no conozco y otros que no veo y conozco… Se puede disfrutar y se disfruta también desde las aceras.
Es mediodía y toca aperitivo. Volvemos al local de la noche anterior, esta vez hay menos personal y nos sentamos en una de las mesas altas. Me fijo con detalle en el lugar: una cocina vista y bien iluminada donde trajinan varias personas, lámparas de estilo industrial, pizarras en euskera y castellano con la oferta de pintxos, otra con los vinos, varias mesas con sillas de estilos diferentes, un pequeño comedor en un espacio cerrado con puerta. Un lugar que me resulta acogedor. Esta vez pedimos varios pintxos: ravioli crujiente de morcilla y manzana, muy rico; seguimos con unas patatas asadas con mojo verde, unas pequeñas rodajas de patata ratte, o eso es lo que a mí me parecen con su sabroso mojo encima, muy ricas. Nos animamos y pedimos unas tiras de calamar frito con alioli de aceituna negra, muy ricos y tiernos, con un ligerísimo rebozado; mi hija Uxue encantada con el alioli y con los labios bien negros. Sin poder parar pedimos uno de los pintxos que no estaba en las pizarras, sino en un cartel colgado debajo del botellero de la barra con fotografía incluida: “Nací en el Mediterráneo”, así habían titulado a una especie de lingote con una pinta muy sugerente. Pregunto a una de las camareras que es lo que lleva el pintxo y me explica que es una escalibada sobre una tosta de butifarra y gelatina de pimientos, meloso y muy sabroso. Repito gustoso Artuke de año. Encantados con los pintxos, con la profesionalidad de las camareras y con el lugar en general. En fin un lugar al que seguro que volveremos.
Se llama Xera Gastroteka y está en Plaza Xabier Olaskoaga de Rentería.