Salud para los no visibles.

Pasó hace ya unos cuantos días. Días pródigos  en informaciones, felicitaciones, y pocas opiniones sobre la más lista de las listas. El recopón de la baraja. El top 100 de los mejores restaurantes. Los galácticos de la cocina. La casta culinaria reunida en London Vanity Fair. Días de vino y rosas para ganadores y de amores perros para los que se descalabran o simplemente no aparecen. Una lista llena de dudas por su sistema de votación, de sonadas injusticias en su valoración, tildada de opaca por algunos entendidos. Una lista que consigue con creces un despliegue mediático sin precedentes, a pesar de lo anteriormente dicho. Objetivo cumplido. Los medios han reproducido hasta la saciedad ese controvertido hit parade. Pocos son los que arañan y cuestionan  los entresijos.

Lo cortés no quita lo valiente. Me alegro por El Celler de los Roca, y por todos los restaurantes vascos y no vascos que aparecen en la lista. Aunque no puedo dejar de hacer un homenaje a esos otros, a los no visibles, a los más democráticos, dicho sea esto en el sentido más amplio de la palabra.

Salud para los que  trajinan en silencio doce horas al día entre fogones; para los que no participan del ruido mediático; para los que no aparecen en ningún spot publicitario de ninguna marca, ni tienen una línea de productos congelados en grandes superficies; para los que no tienen publicado ningún libro de recetas;  para los que no asisten a congresos gastronómicos; para los que no invitan ni a críticos gastronómicos ni a periodistas, ni siquiera a gastro- influencers; para los que cocinan en txokos y sociedades gastronómicas;  para los que no levitan explicando filosofías culinarias; para los no premiados; para los que no se obsesionan por sacar cada año nosecuantos  platos nuevos;  para los que no fusilan técnicas culinarias y si lo hacen homenajean al fusilado; para los que no quieren ser el colmo de la creatividad y la innovación,  ni pretenden demostrarlo a toda costa;  para los que no desgastan la palabra honestidad;  para los que no son embajadores de nada, salvo de su cocina; para los que no tienen repartidos diversos negocios por las más variadas geografías; para los que no dan palmaditas en la espalda de influyentes personajes; para los que no se inflan como un globo relleno de ego cuando le bailan el agua, sencillamente porque no sucede; para los que no tienen steagers y pagan a pinches de cocina; para los que renuncian a estrellas y recuperan la calma; para los que existen, aunque no sean visibles.

A propósito de concursos y campeonatos: hace varios años, estaba yo bien acomodado en la barra de un conocido bar gasteiztarra. El cocinero que lo regenta  es conocido por haber ganado un prestigioso campeonato de España de Tortilla de Patata, por vender tortillas congeladas en el Corte Inglés y por haber fracasado en el intento para batir el Récord de la Mayor Tortilla de Patata del mundo. Compartía espacio en la barra del famoso bar con una pareja de turistas que se acababan de zampar “la mejor tortilla de España”

Estaba buena, pero no para decir que es la mejor de España. Esto de las tortillas es como lo de la mises, le decía él a ella. Hay muchas, muchísimas más guapas, hasta en mi barrio las hay más guapas que la que acaba poniéndose la corona.

Ya sabes, le contestó ella, ganan las que se presentan.

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Una respuesta a Salud para los no visibles.

  1. eajo dijo:

    Bien se sabe que para que haya un ganador, debe de haber, simultáneamente, muchos perdedores.Tantos como todos los que participaron menos uno. Me gusta contar la historia semi-inventada de un cura no protestante que rezaba todas las tardes con fervor para que el equipo de fútbol de Vil Vaho (Bilbao; ¡hombre!…) ganara su partido. Este hombre medio bueno; quizás incluso bueno del todo; no se daba cuenta de que estaba a la vez rezando para que otro equipo de fútbol -el rival del Bilbao- cayera en el infierno con poca esperanza de los perdedores.
    Se lo dije a una jóven estadounidense hiper-inteligente, de la universidad de Stanford. Le pregunté que cómo resolvía ella el problema -un problema de democracia básica, de hecho- de que al ser ellos un país de ganadores, y considerándose ellos mismos así, que qué solución quedaba para la multitud de pobres perdedores restantes. Me contestó hábilmente que no había perdedores; una muy buena solución, si de verdad se cumple; hacia la que debiéramos todos ir encaminándonos.

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